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Cultura

Robert Wyatt o la euforia contenida

01/09/2011

Esther Peñas

Estudió piano, violín, trompeta y batería. Este último instrumento le sedujo de por vida. Hasta que un noche de 1973, durante una fiesta de ‘Pink Floyd’, el exceso de alcohol lo convirtió en un ser tan torpe e inconsciente que cayó por la ventana. Quedó parapléjico. No volvió a tocar la batería, pero sigue siendo un referente musical. Hablo del único artista que ha actuado sobre una silla de ruedas en el mítico programa de la BBC ‘Top of the pops’, hablo de un dadaísta militante, de un músico con una imaginación, con un arrojo, con una capacidad para el asombro dodecafónica. Hablo, en definitiva, de Robert Wyatt (Bristol, 1945).

Visto en fotografía, su estampa recuerda mucho a la de otro poeta que festejó la vida de un modo hedonista pero trascendente, Walt Whitman. De aspecto bonachón, poblada y blanca barba, sonrisa ciertamente socarrona… Quedarse en silla de ruedas fue para Wyatt un auténtico despertar. Lo dijo él. Pero no hacía falta que lo hiciera. Bastaba escuchar el disco que compuso desde su nuevo asiento, ‘Rock bottom’, un trabajo cargado de sensibilidad, de pacífica y hermosa reconciliación, de estupor ante la bondad de una existencia.

 No contemplo aquel accidente como algo malo. Fue un nuevo comienzo. Puesto que mi vida es mejor que aquello, mucho mejor, de hecho, no lo veo como una tragedia. Solo un cambio”, aseguró hace tiempo al diario ‘El País’. 

Wyatt fue un tipo precoz. Pronto manifestó su virtuosismo, su capacidad creativa, su polvorín musical. En Mallorca, donde residía en la casa del escritor Robert Graves, conoció a Ayers y a Allen, con los que formó la banda ‘Soft machine’, utilizando la novela homónima de Williams Burroughs, imprimiendo carácter y asentando lo que más adelante se calificó como ‘Sonido Canterbury’, una hipnótica mezcla de jazz, rock y psicodelia.

Elaboraron tres discos espectaculares (‘The soft machine’, ‘Volumen two’ y ‘Third’) y salieron de gira con Jimmi Hendrix, pero después de aquello el resto del grupo echó a Wyatt por su insoportable tendencia al abuso del alcohol. Cuenta que fue el guitarrista de ‘The Who’, Peter Townshend quien le enseñó el camino más rápido a la embriaguez: tequila y güisqui, a intervalos.  

Le dio igual, o le dio por la ironía, porque creó una nueva formación, ‘Matching mole’, un juego de palabras con el francés ‘machine molle’, que significa ‘máquina suave’. Lo mismo que su anterior grupo.

Cuando arrancaba el nuevo proyecto, el accidente. Seis meses inmovilizado en el Store Mandeville Hospital, asumiendo que nunca más volvería a tocar la batería. En 1974 ofreció un concierto de difícil olvido, acompañado por Mike Oldfield, John Cale, Brian Eno y Nico, entre otros músicos.

Su voz volvió a conmover. Su voz, a la que el pianista Sakamoto definió como “el sonido más triste del mundo”. Más que triste, íntimo se ajustaría con mayor justicia.

Se casó con Alfreda Benge, Alfie, autora de las letras de los últimos álbumes porque llega un momento en el que Wyatt, asegura él mismo, tiene más música que palabra; se instalaron en la Costa Brava, y adoptaron el castellano como idioma para el canto. Años después, se trasladaron a Louth, un pueblecito del norte de Inglaterra. No hay nada en ese pueblo. Ni tren. El más cercano queda a unos 45 kilómetros. Se aficionó a las versiones, como ‘I’m believer’, de Neil Diamond, pero también interpretó temas de Pablo Milanés, Peter Gabriel o Víctor Jara.

 Sus discos casi siempre se dividen en tres actos. Es un clásico empedernido. Es decir, le gustan los episodios musicales de veinte minutos. Sigue fiel a la tradicional distribución de los LP, ordenando los temas no en términos musicales sino argumentales.

Por destacar uno de ellos, quedémonos con ‘Comic Ópera’ (2007), que cuenta con colaboraciones envidiables y que consigue, de manera delicada y adictiva, construir una atmósfera irrepetible: la de la euforia contenida.

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